miércoles, 21 de marzo de 2012

424

424
Abel odiaba esa sensación. Despertar  otra mañana y percibir que todo seguía como ayer. Como ayer pero nunca como hacía 424 días atrás. 424 días de dejarse llevar por la inercia del día a día. Abel comía, salía, dormía, continuaba haciendo como que vivía, pero nada le colmaba, nada le hacía sentir como 424 días atrás. Definitivamente necesitaba olvidar.
Aunque su sonrisa no le abandonaba, él era un chico agradable y risueño, quien le conocía de hacía tiempo sabía que sus ojos no brillaban como antes.
Aquella mañana húmeda y grisácea, era especialmente triste para él. Sería otro día más pasando por esos sitios donde no podía evitar imaginarse con Nadia. Observaba los bancos donde se habían sentado a reír, las cafeterías donde habían tomado algo juntos, el lugar donde se solían dar las buenas noches. Pero ese día estaba siendo especialmente triste porque una mañana igual de húmeda y gris hacía hoy dos años todavía estaban juntos.
Nadia era perfecta para él. Verla sonreír con los ojos podía alegrar el día a cualquiera.
- Si pudiese volver atrás le demostraría que yo también soy para ella, se decía Abel a sí mismo.
Mirando por la ventana Abel observaba el crepúsculo y decidió que no quería acabar el día en casa revolviéndose entre sus recuerdos.
-Pablo ¿te apetece tomar algo? Necesito unas cervezas y un poco de música que me de buenas vibraciones.
- O.K. Abel en una hora paso a por ti y vemos lo que surge.
Pablo nunca le fallaba, era un buen amigo desde la infancia y  habían compartido muchos momentos importantes juntos. Sin embargo sus personalidades eran bastante opuestas. Pero opuestas de tal manera que se llevaban genial y podían contar siempre el uno con el otro.
Pablo no le daba tantas vueltas a las cosas y era muy espontáneo. Para Abel muchas veces Pablo era tan despistado que no entendía como podía vivir tranquilo. Recordaba que en la etapa que pasaron juntos en la universidad Pablo era tan desorganizado que Abel proyectaba caos con respecto al futuro de Pablo. Sin embargo, a su ritmo, Pablo también terminó sus estudios y en el fondo Abel lo envidiaba. Era envidia sin maldad, pero sabía que Pablo había disfrutado mucho más de sus años de universitario, viviendo al día y sin tanto agobio y el resultado, aunque más tardío, había sido bueno, y lo más importante, Pablo había sido feliz.
Al fin pasó Pablo a por él (había dicho que estaría en una hora, pero era raro que no tardara siempre 30 o 40 minutos  de más) Pero allí estaba dispuesto a lo que a Abel le apeteciera.
Ya estaba completamente oscuro, pues en esos meses de invierno oscurecía muy pronto, y el frío de la noche había adormecido a Abel.
Se metieron en un bar donde solían juntarse con todos los amigos y enseguida se animaron. Las cervezas fueron rodando una tras otra. Risas, cachondeo, planes de futuro surrealistas y sobre todo mucho optimismo pasaban por sus cabezas.
-¡Escucha Pablo!, ¡me encanta ésta canción! Vamos a pedir otra birra y nos lanzamos a bailar.
Las horas pasaron fugaces y antes de darse cuenta ya estaban en el tren de vuelta a casa viendo amanecer. Los dos cayeron dormidos. En la mente de Abel apareció Nadia, él sabía que era ella por el sentimiento que le provocaba verla, pero en realidad la imagen no se correspondía con la de ella. En la imaginación de Abel se reencontraba con la supuesta Nadia pocos meses después de que ella le abandonara. Ella estaba arrepentida y quería volver con él. La satisfacción que Abel sentía le daba una calma interior, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que ella no era la Nadia que él recordaba. No tenía con ella la complicidad de antes, ni podía mirarla y saber qué estaba pensando. Era otra persona, no la conocía.
Cuando despertó, sintió cierto alivio de saber que simplemente estaba soñando. Todo el camino a casa fue pensando que tal vez su idea obsesiva de  que no encontraría jamás a nadie que le hiciera sentir como Nadia era absurda porque quizá ni ella misma sería ahora como él recordaba.
Decidió entonces que el día 424 iba a ser diferente. A pesar del frío del invierno, él esa mañana iba a sentir el sol. Era su decisión y eso nadie se lo podía quitar. Cada mañana notaba que no podía evitar la sensación de melancolía hacía todo lo relacionado con ella, pero esa mañana su actitud fue distinta, decidió que si no podía evitarlo al menos lo iba a intentar y no iba a recrearse en la imagen de perfección que tenía hacia ella y hacia todo lo vivido con ella.
Quería volver a sentir esa felicidad que notaba cuando tenía ilusión, cuando oía una canción que le emocionaba, como cuando bebía cervezas con Pablo.
-Lo que tenía con Nadia ya no existe, pero puedo buscar esa sensación con otras personas, conociendo otros lugares, aprendiendo de otra gente- Abel suspiró- ayyy cuánto tiempo he perdido.
Llamó a Pablo y le dijo – Pablo ¿sabes qué día es hoy?
Pablo contestó –mmmm el día de mayor resaca de la historia.
-No Pablo, hoy es el día 1

1 comentario:

  1. Este relato lo escribí hace algún tiempo, intentando experimentar conmigo misma y ver si era capaz de escribir algo y dejar un mensaje positivo en lo que contaba. No es ningún gran relato, ni quizá le dediqué las ganas suficientes, pero nunca lo ha leído nadie, y me ha apetecido compartirlo en este nuevo experimento que es mi blog. A fin de cuentas experimentar cosas nuevas que te gustan, forma parte de mi modo de creer que así pasaran cosas nuevas que me gustarán.

    ResponderEliminar